Entrevista a Nuria Buch Canet
Hace más de 100 años un grupo de médicos osteópatas se dio cuenta de que además de los latidos del corazón y del movimiento de la respiración había otra contracción-expansión más en el cuerpo humano que genera también unos movimientos rítmicos, pero mucho más lentos.
Todo comenzó con el osteópata norteamericano William G. Sutherland, quien después de muchos años de investigaciones comprobó que los huesos del cráneo no están soldados unos con otros y que experimentan una pulsación que se mueve desde el eje central del cuerpo -dónde se ubica el sistema nervioso central-, hasta la periferia y viceversa. Esa pulsación, que se expresa en todo el cuerpo, se debería a la fluctuación del líquido cefalorraquídeo y está relacionada con unas corrientes energéticas llamadas mareas.
Los discípulos del doctor Sutherland continuaron desarrollando técnicas hasta llegar a lo que hoy en día se conoce como terapia biodinámica craneosacral que busca ayudar a restablecer los procesos naturales de equilibrio y curación del cuerpo. Al colocar las manos suavemente sobre distintas partes de éste y a través de una alta concentración, la o el terapeuta escucha y acompaña el organismo de forma muy precisa, apoyando al organismo en sus propios mecanismos de autoreparación.
Las sutiles vibraciones producidas son detectadas mediante esta técnica manual y tienen que ver con el sistema nervioso. Durante la sesión, tanto la persona consultante como la o el terapeuta logran relajarse y entran en un estado meditativo, en el cual este último se centra haciéndose muy presente, lo que le permite escuchar estos movimientos rítmicos y acompañarlos. Esto tiene un efecto muy benéfico en la salud de la persona, porque el cuerpo necesita que estas pulsaciones estén equilibradas. Por ejemplo, al aplicar la terapia en la cabeza, la o el terapeuta, suavemente, pone su atención en sus ritmos, los apoya, los relaciona con los mismos ritmos en la columna o el corazón y espera hasta que, de manera natural, los ritmos se equilibren.
Las tensiones liberadas en la sesión y la energía que antes se usaba para mantener la contracción, pueden llevar a sentir una relajación intensa, que le permitiría a la persona conectar con su yo más profundo. Es como un diálogo o conversación con la anatomía del cuerpo, los huesos, los tejidos y los órganos, en el cual, de algún modo, se pueden lograr reconectar cables que habían quedado desconectados entre distintas partes del cuerpo. El terapeuta sería sólo el intermediario, porque lo que se busca es que sea el mismo cuerpo de la persona el que logre reconectarse, pero a la vez es su propia herramienta de trabajo, actuando como una caja de resonancia que amplifica lo que está pasándole a la persona. El resultado podría llevar a la persona consultante a aumentar su vitalidad y a permitir que utilice sus propios recursos de para curarse.
Esta autocuración no va sólo en el plano físico, sino también en la esfera emocional, porque busca conseguir que la persona sea más consciente y receptiva de su propio cuerpo, sobre todo para identificar mejor los mensajes que éste le envía en circunstancias de vida que provocan mayor ansiedad o estrés. Además de ayudar al crecimiento personal entregando herramientas para cambiar hábitos o patrones conductuales, esta técnica ofrece buenos resultados en caso de jaquecas, dolor crónico, inflamaciones en general y depresión, entre otros.
El estrés de la vida cotidiana nos lleva a que ciertas zonas del cuerpo sufran contracturas, lo que hacia afuera se podría manifestar, por ejemplo, en que uno no camine bien. Pero por dentro, lo que nos sucede y que no se ve es que los líquidos internos no están circulando bien. La sangre debe circular bien y si hay una arteria con lumen (espacio) disminuido no podrá hacerlo. Lo que hace esta terapia es ayudar a que todo circule y vuelva a su sitio correcto.
La terapia biodinámica craneosacral trabaja con las “mareas”, las cuales fluyen desde un eje central que va por dentro de la columna y del sistema nervioso central. Según esta terapia, la energía organiza la forma y cuando la energía está debilitada, el cuerpo comienza a palidecer. No es sólo el ADN, el cual cumple por supuesto su papel fundamental, sino que la energía es la que nos mantiene juntos, de lo contrario nuestros átomos se dispersarían.
Esta terapia busca la integración, la conexión y el equilibrio entre las distintas capas o zonas del cuerpo, entre cuerpo y energía, mente y emoción. Por ejemplo, si los pies están muy fríos y la cadera muy caliente, lo que buscaré es temperarlas, conectándolos con las manos.
Durante las sesiones hay personas que en un principio se duermen, pero normalmente entran en un estado medio, ni despiertos ni dormidos, es un estado meditativo profundo, consciente de lo que está pasando, pero donde igual pueden ver imágenes, tal como en un sueño. Sería lo más cercano a soñar despierto, haciendo un puente entre el consciente y el inconsciente.
Ese inconsciente es al final nuestro propio cuerpo. Y es que le damos mucha importancia al cerebro como la estructura jerárquica que gobierna todo el sistema, pero cada célula, cada órgano también piensa, tiene memoria y toma decisiones, por lo que funcionamos mucho más en red que en el plan jerárquico que normalmente estamos acostumbrados a pensar.